jueves, 12 de marzo de 2015

Mi homenaje a Luis Ángel Oteo (y tal vez a toda una generación)

El pasado día 11 de marzo tuvo lugar, en la Escuela Nacional de Sanidad, un homenaje a Luis Ángel Oteo Ochoa, con motivo de su jubilación. No me fue posible acudir al acto, pero como soy amigo  -y fan- de Luis Ángel desde hace... uffff... muchos, muchos años, quise enviarle una carta que hoy querría reproducir.

Luis Ángel Oteo, de sobra conocido entre el sector más cultivado, crítico e intelectualmente autoexigente del pensamiento sanitario español, pero, para mi sorpresa (cuando compartí en redes sociales el enlace para su seguimiento recibí un buen número de y-ese-quién-es), un gran desconocido de las nuevas generaciones (no hablo precisamente de chavales/as de 25 años), es un gran amigo. Aunque si solo fuera eso, sería absurdo publicar en un blog como este, tan a-personal, un tributo de amistad. Ni se me habría ocurrido (ni se me ha ocurrido hasta hace unos pocos minutos).

Pero creo que es necesario que al menos el (reducido) grupo de personas que sigue mis publicaciones se quede con el nombre y busque su obra. Y además, como me comentaba un buen amigo común, de alguna manera es un homenaje a una generación de sanitarios comprometidos desde hace 40 años con nuestro SNS: yo siempre he sido el pequeño entre ellos (y no me llevan más de cinco o seis años) pero ahora, a punto de cumplir 60 años, me siento del todo miembro de esa generación.

Así que este es el -muy breve, tranquilos- texto de mi particular homenaje a Luis Ángel Oteo Ochoa (solo he quitado algunas referencias personales que tenían sentido hablado en el acto, pero no escrito aquí):
Nos conocimos hace, creo, 37 años, cuando tú eras Médico Interno y Residente en el Hospital Ramón y Cajal y yo celata del Piramidón (que siempre ha habido clases…). Coincidimos poco después, aunque trabajando en paralelo, en Alcalá 56, sede de los Servicios Centrales del extinto Insalud, desde donde yo salté a Andalucía y tú, un poco más tarde, al País Vasco.
Después de algunos intentos frustrados, no sería hasta 1991, cuando me llamaste para que me incorporara a tu equipo en la Consejería de Sanidad de Madrid, cuando pudimos por fin trabajar juntos, codo con codo, casi cuatro años.
Al finalizar nuestro compromiso, asumí sin problemas (aunque con un poco de desencanto, para qué negarlo) que había alcanzado mi perfecto nivel de incompetencia en unas administraciones sanitarias secuestradas por ese politiqueo venenoso que tan bien conoces y en ocasiones padeciste. Así que pedí la excedencia y me interné en otros recorridos y vericuetos de la empresa privada, lo que significó tener que aprender otras mañas, otros lenguajes, otros códigos. La verdad, entre tú y yo: nunca los aprendí del todo porque me falta, de serie, algún equipamiento básico.
A pesar de que se trataba de dos mundos tan distantes, tú ya entonces en la Escuela Nacional de Sanidad, siempre pudimos sacar tiempo y ganas para seguir compartiendo proyectos docentes, políticos e intelectuales, de diverso pelaje y contenido.
Ahora, desde que hace 30 meses trasladé mi residencia a otro continente y me rodeé de mar por todas partes, es mucho más difícil mantener el contacto personal; pero, aunque tu presencia en el mundo virtual tiende a cero y eso minimiza ese roce espontáneo que tanto ayuda, espero que siempre podamos seguir sacando algún momento para mantenernos al tanto de nuestras vidas, circunstancias y paisajes.
En la vida vamos creciendo como personas gracias a gente a la que queremos y a gente a la que admiramos; los primeros nos nutren el corazón y los segundos, la mente. Por eso, cuando la vida te hace el regalo de poner en tu camino a personas a las que quieres tanto como admiras, y admiras tanto como quieres, solo puede uno decir: “gracias”. Y para eso, principalmente, he escrito esto: para decir, y decirte, “gracias”. Gracias por tu amistad y por el honor y la felicidad de poder decir que después de tantos años seguimos siendo, ante todo, amigos.
Como escribió Fernando Pessoa, “el mundo es lo que a él traemos”. Y en ello estamos mientras nos queden fuerzas: en “traer” y aportar.
Confío en que esta excedencia (porque estoy seguro de que al final será eso) te sirva para quitarte de en medio tanta estupidez burocrática como has tenido que aguantar a menudo y poder disponer de más tiempo libre para enriquecer tu pequeño gran mundo. Pero que no nos prive aún de tu dimensión pública, de la libre expresión de tu inteligencia crítica, de tu mala leche contra los prestidigitadores del otro lado de la fuerza, ni del ejemplo público de tus compromisos éticos, políticos e intelectuales con la vida y con la sociedad. Y con las personas, una a una, frente a frente, como muestra tu más personal faceta de ayuda a los más frágiles.
Recibe un fuerte abrazo. 

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