miércoles, 22 de julio de 2015

Relato de verano: historia de una enfermera (IX)

Capítulo V
El corazón de la enfermería (1)

Ya te he puesto un poco en contexto aquellos años, no porque no los conozcas bien (entonces andabas todavía trabajando en la Sanidad Pública según cuentas en tu CV), sino porque me sirve a mí para recuperar sensaciones, colores y sentimientos. Te dije antes de manera bastante enfática que yo aprendí a ser, y me descubrí como, verdadera enfermera, en una unidad de hemodiálisis. Puede que te decepcione; estas unidades están altamente tecnificadas, medicalizadas y llenas de aparatos, sensores y calibres que, como verás, acaban mandando sobre ti, igual no son tan enfermeras como las de atención primaria con toda su libertad... Si me dejas, te lo cuento con bastante detalle porque para alguien que no es sanitario debe ser difícil hacerse una idea de lo que pasa dentro de esas paredes:
Llegas a la unidad media hora antes de las ocho de la mañana (que es cuando en realidad empieza el turno que te pagan), arrancas los tanques de agua, enciendes todos los riñones artificiales y comienzas a montar los circuitos de los puestos que tienes que llevar esa mañana. Las normas dicen que debes llevar cuatro pacientes, máximo, a la vez. Preparas esas cuatro máquinas, comprobando todos los sistemas de seguridad que tienen y asegurándote que está todo correcto. Empiezas a sudar... alguna de las diabólicas máquinas no quiere pasar los test... tienes que solucionarlo antes de que empiece la sesión.
A las ocho y cuarto aparecen los pacientes, entran a todas las máquinas de la sala, con lo que se forman los primeros líos. Se pesan, para ver cuánto líquido traen, y se dirigen a sus camas los que pueden andar y a los que no pueden se les lleva en silla o camilla. En la sala todo es rutina, cada uno sabe en qué máquina va. No les gusta demasiado cambiar. Se meten en la cama en camisón o pijama y esperan a que les llegue el turno para la "conexión". Desde su postrada posición saben qué enfermera les toca y dependiendo de si le conectas el primero o el último, les va cambiando la cara.
Te acercas al primer paciente y le haces una pequeña entrevista para conocer qué ha pasado desde la sesión anterior (síntomas, cambios, novedades), calculas lo que tienes que "quitarle" (líquido que debe eliminar la máquina) y junto con la orden médica de diálisis, programas la máquina. Te enfundas en tu traje estéril y comienza la conexión... Primero: ¿funcionará el catéter? o ¿acertarás en los pinchazos de la fístula?. Este es un momento tenso para los dos. Lo más valioso que tiene el paciente, que son conscientísimos de ello, es SU catéter o SU fístula (FAVI). Si todo va bien, conectas las líneas... y se inicia la diálisis. El paciente respira (tú más), se acomoda, se pone la tele o lee o lo que le apetezca. Por delante quedan cuatro horas de toma de constantes y posibles complicaciones: mareos, calambres y sonidos de alarmas de la máquina a la que está conectado. Si has hecho algo mal, la cagas (con perdón). Si programas mal el peso, lo crujes a calambres, o le dejas con líquido (con lo que volverá por urgencias con un edema agudo de pulmón) o acabará patas arriba con una hipotensión (pero de las de verdad, no de las de ¡ay! que me mareo un pelín...). Si la máquina no está bien preparada, directamente te lo cargarás por un embolismo gaseoso.
Si todo ha ido según lo previsto, a la media o tres cuartos de hora tendrás a tus pacientes conectados. Cuatro personas dependen de la atención que tú pongas en lo que estás haciendo. Si se te pasa algo, te los cargas. Esto no es que le pinches el ciático si no calculas bien la mitad del culo... Ya llegamos a las diez de la mañana, nuevamente control de constantes y más vigilancia. Empiezas a rellenar papeleos, analíticas... y empiezan a sonar las máquinas, que si aire en el sistema, que si aumento de la presión, que si no tiene flujo de sangre, que si fulanita ya se marea o menganito tiene calambres (...)

[Próximo capítulo: "El corazón de la Enfermería (2)"]

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