martes, 1 de septiembre de 2015

Lectura de verano: historia de una enfermera (XVIII)

Capítulo VIII
Aurora en la administracion (1)
Tras el paréntesis de agosto, continuamos con la temporada 2.
Si es nuevo en la serie, disfrute la primera temporada completa

En el año 1994 mi vida profesional se volvió de lo más estimulante: me invitaron a incorporarme en comisión de servicios, “durante un período no inferior a seis meses ni superior a un año” (aunque al final duró casi dos años y medio), a los Servicios Centrales de la Consejería de Salud como asesora para la estrategia de asistencia sociosanitaria que se estaba diseñando.
No lo entendí muy bien, ya que entonces mi experiencia práctica sobre el tema era muy limitada, pero pensé que era un orgullo, y muy necesario, que contaran con enfermeras a la hora de diseñar estos programas. En aquellos momentos, había salido como alma que lleva el diablo de hemodiálisis y llevaba un año y medio en la Unidad del Dolor. Morfina, cáncer, viejos, paliativos... “¡sociosanitario total!”, debió ser el endeble esquema mental de un(os) valedor(es) que sinceramente nunca llegué a saber quién(es) fue(ron).
Tras algunos papeleos que se demoraron “lo normal”, aterricé en la Consejería después del verano de 1994. Me incorporé a un reducido grupo de enfermeras procedentes, como yo, del ámbito asistencial, a excepción de nuestra Coordinadora, una enfermera más o menos de mi edad que tuvo el buen juicio de aprobar una de las últimas oposiciones de enfermera de Asistencia Pública Domiciliaria, los famosos APD (*). A hombros de buenos padrinos y/o madrinas, duró en la asistencia menos que un iPhone6 en la puerta de la SGAE... Así llevaba desde 1983 o 1984, primero en el Ministerio, después en la Escuela Nacional de Sanidad, de vuelta al Ministerio, luego en la Consejería de Sanidad de Castilla-La Mancha, una breve incursión en la Dirección de Enfermería del Hospital Carlos III (entonces, creo recordar, "Hospital del Rey") y finalmente en la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid.
Ella era, en estos entornos gubernamentales, la voz de la enfermería “progresista” nacional. En realidad, como entendí al poco de empezar a trabajar con ella, la enfermería era una buena disculpa para alguien que no aspiraba a grandes responsabilidades políticas ni técnicas, sino más bien a vivir del cuento con un perfil bajo, como se dice ahora. Un discurso absolutamente oxidado y estereotipado que, no obstante, era recompensado con grandes aplausos allí donde le dejaban evacuarlo, gracias al "nena, tú vales mucho" con que salpicaba su discurso para dar una pequeña satisfacción emocional al sufriente auditorio enfermero. Y, eso sí, claro, un sueldito, con unos complementos de productividad y trienios crecientes; un despachito; congresos y comisiones mixtas de transferencias para viajar algo; gente a la que mangonear y con la cual firmar los artículos que escribíamos todas menos ella... Todo un personaje.
Lo malo es que daba el perfil de lo que los organismos públicos podrían esperar de las enfermeras, algo tan injusto como inevitable: ella era La Enfermería, así con mayúsculas y en negrita. No era una gran intelectual ni tenía una gran preparación técnica, pero era lista, obsequiosa y obediente. Y tenía buen ojo no lo digo por mí, malpensado, no soy tan fatua  para rodearse de gente que supliera sus (importantes) carencias.
(Creo que unos años después aterrizó en el Ministerio, donde ha vuelto a tener estos últimos años una gran presencia, metamorfoseada en esta época mariana como la voz de la enfermería "técnica". En fin...)

(*) En realidad ATS/DUE Titulares [nota del revisor].


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