Capítulo VII
El 'cuerpo sufriente' (2)
Si mi experiencia fue tan buena fue
porque formábamos un equipo de enfermería muy competente y
solidario, a diferencia de la unidad de la que me acababa de marchar
(sin generalizar). Además, cuando recalé en hemodiálisis, el
personal médico de la Unidad era un pequeño grupo de nefrólogos
fantásticos. Fantásticos como médicos y fantásticos como jefes,
como compañeros y como empleados. Al Jefe del Servicio le veíamos
poco; en aquella época empezaban las litotricias extracorpóreas de
nueva generación y le habían regalado los reyes magos del
Insalud el juguetito, así que estaba bastante entretenido. Aun así,
cuando pasaba por la Unidad se mostraba tan distante como respetuoso.
No es poco.
Pero los adjuntos, un hombre y una
mujer, sabían valorar nuestro trabajo. Primero, por motivos
puramente egoístas, les liberaba a ellos de una responsabilidad y
dedicación que les quitaría tiempo para atender a los pacientes
ingresados y las consultas externas, pero también para hacer
curriculum con proyectos de investigación, en muchos de los cuales
nuestra información era crucial.
Lo más importante es que, tanto el
Jefe como los adjuntos, confiaban en nosotras, sus enfermeras. Sí,
Juan, aunque a algunas les dé repelús… Ellos eran nuestros
médicos y nosotras sus enfermeras. Había una jerarquía un
poco clasista, naturalmente, pero yo ya había aprendido que para una
enfermera es tan importante saber lo que debe hacer, porque está
preparada y autorizada para ello, como lo que no debe hacer porque no
está preparada y/o autorizada. Y cuando ellos lo constatan,
descansan con tu autonomía tanto como tú con dejar de notar su
aliento todo el tiempo en el cogote.
Bien es cierto que todo esto es
dinámico. Ayer no estás preparada, pero mañana igual sí. Y eso
significa que cosas que ayer no podías hacer, pasado mañana (fíjate
que no digo “mañana”: estas cosas llevan su tiempo), igual sí.
Además, tienes a los residentes, con quienes se establece, si les
dejan, una relación de quid pro quo: tú me enseñas, yo te enseño;
tú me cubres, yo te cubro. Igual tú no, porque no eres del ramo,
pero muchas compañeras ya conocen la situación de extrema
dependencia de los residentes con respecto a las enfermeras y no solo
el primer año, no te creas...
Ahora es cuando entra en escena lo
personal. Estando ya en la Unidad de Hemodiálisis empecé a
estrechar la relación con un médico residente de cardiología a
quien ya conocía y con quien había pasado, de salir en grupo con
otras compañeras, a salir alguna vez en privado. Era entonces R3, o
sea que le quedaba uno o dos años de residencia en el centro.
La cosa fue a más... y a más... y
a mucho más y como año y medio después decidimos unir nuestras
vidas. Casarnos, naturalmente, mis padres siempre fueron muy
tradicionales y aunque la religión hacía tiempo que no jugaba
ningún rol en mi vida, no era cuestión de darles un berrinche. Él
era vasco, del mismo Bilbao, y tenía un año menos que yo; era
entonces 1990, o sea que 28 años. Yo, 29.
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