martes, 28 de julio de 2015

Lectura de verano: historia de una enfermera (XIV)

Capítulo VII
El 'cuerpo sufriente' (2)

Si mi experiencia fue tan buena fue porque formábamos un equipo de enfermería muy competente y solidario, a diferencia de la unidad de la que me acababa de marchar (sin generalizar). Además, cuando recalé en hemodiálisis, el personal médico de la Unidad era un pequeño grupo de nefrólogos fantásticos. Fantásticos como médicos y fantásticos como jefes, como compañeros y como empleados. Al Jefe del Servicio le veíamos poco; en aquella época empezaban las litotricias extracorpóreas de nueva generación y le habían regalado los reyes magos del Insalud el juguetito, así que estaba bastante entretenido. Aun así, cuando pasaba por la Unidad se mostraba tan distante como respetuoso. No es poco.
Pero los adjuntos, un hombre y una mujer, sabían valorar nuestro trabajo. Primero, por motivos puramente egoístas, les liberaba a ellos de una responsabilidad y dedicación que les quitaría tiempo para atender a los pacientes ingresados y las consultas externas, pero también para hacer curriculum con proyectos de investigación, en muchos de los cuales nuestra información era crucial.
Lo más importante es que, tanto el Jefe como los adjuntos, confiaban en nosotras, sus enfermeras. Sí, Juan, aunque a algunas les dé repelús… Ellos eran nuestros médicos y nosotras sus enfermeras. Había una jerarquía un poco clasista, naturalmente, pero yo ya había aprendido que para una enfermera es tan importante saber lo que debe hacer, porque está preparada y autorizada para ello, como lo que no debe hacer porque no está preparada y/o autorizada. Y cuando ellos lo constatan, descansan con tu autonomía tanto como tú con dejar de notar su aliento todo el tiempo en el cogote.
Bien es cierto que todo esto es dinámico. Ayer no estás preparada, pero mañana igual sí. Y eso significa que cosas que ayer no podías hacer, pasado mañana (fíjate que no digo “mañana”: estas cosas llevan su tiempo), igual sí. Además, tienes a los residentes, con quienes se establece, si les dejan, una relación de quid pro quo: tú me enseñas, yo te enseño; tú me cubres, yo te cubro. Igual tú no, porque no eres del ramo, pero muchas compañeras ya conocen la situación de extrema dependencia de los residentes con respecto a las enfermeras y no solo el primer año, no te creas...
Ahora es cuando entra en escena lo personal. Estando ya en la Unidad de Hemodiálisis empecé a estrechar la relación con un médico residente de cardiología a quien ya conocía y con quien había pasado, de salir en grupo con otras compañeras, a salir alguna vez en privado. Era entonces R3, o sea que le quedaba uno o dos años de residencia en el centro.
La cosa fue a más... y a más... y a mucho más y como año y medio después decidimos unir nuestras vidas. Casarnos, naturalmente, mis padres siempre fueron muy tradicionales y aunque la religión hacía tiempo que no jugaba ningún rol en mi vida, no era cuestión de darles un berrinche. Él era vasco, del mismo Bilbao, y tenía un año menos que yo; era entonces 1990, o sea que 28 años. Yo, 29.

[Próxima entrega: "El cuerpo sufriente (3)"]


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