jueves, 16 de julio de 2015

Lecturas de verano: historia de una enfermera (IV)

Capítulo II (3)
Ser enfermera en la España de los ochenta: el lustro de oro

[Ver la primera entrega pinchando aquí, la segunda, aquí y la tercera, aquí]

En la anterior carta te comentaba el enorme avance experimentado por nuestra profesión durante los primeros ochenta. Fíjate:
  • Se había convertido en profesión universitaria, de hecho la mía (1982) fue la segunda promoción de diplomadas universitarias en Enfermería. Además, se posibilitó una homologación bastante asequible del título de ATS por el de DUE a todas las enfermeras que hubieran estudiado con anterioridad. Un sueño apenas unos años antes, que todas las enfermeras españolas fueran universitarias.
  • Se crearon direcciones de enfermería, al mismo nivel que las direcciones médica y de gestión, todas ellas iguales bajo las órdenes de un mismo gerente. Las vetustas Jefas de Enfermeras, a menudo monjas sin apenas formación, habían dado paso a unas relucientes Direcciones de Enfermería. Nos sentimos muy orgullosas aunque, la verdad, a la mayoría de los médicos no les hizo mucha gracia...
  • Se había estructurado la Profesión Enfermera en tres niveles: enfermeras, técnicos especialistas y auxiliares de clínica, lo cual nos permitió a las enfermeras:
  • Por un lado, centrarnos en las tareas de cuidados más cualificadas, dejando a las auxiliares las más “domésticas”.
  • Y por otro, ayudarnos a centrar nuestro trabajo en los cuidados al paciente, asumiendo los técnicos especialistas en laboratorios, rayos, etc. otras funciones que, aunque desempeñadas tradicionalmente por enfermeras (más bien por enfermeros), no eran esencialmente cuidados de enfermería.

  • También sucedió algo muy importante que no se suele mencionar, y es que nos fuimos liberando progresivamente del papel de secretarias del médico en las consultas externas hospitalarias y los ambulatorios, gracias a la aparición del grupo de Auxiliares Administrativos de Instituciones Sanitarias. No dejamos del todo las consultas, pero ya no nos limitábamos a preparar pulcramente las historias clínicas en la mesa del doctor, llamar a los pacientes desde la puerta y rellenar las recetas según las iba ordenando el médico para que él mismo las firmara.
  • Comenzó, además, el desarrollo de la Atención Primaria y eso supuso poco a poco, enlazando con lo anterior, que aparecieron las consultas de enfermería en los centros de salud. Ahora, casi 30 años después, nos parece medio normal, pero entonces fue una verdadera revolución: ¡estaba casi siempre nuestro nombre escrito en la puerta de las consultas y teníamos ‒más o menos nuestros propios pacientes!
  • En 1983, la Ley de Reforma Universitaria pone las bases para terminar con una situación absurda; hasta entonces, la formación básica de las enfermeras quedaba casi por completo en las manos de otras profesiones (vamos, de los médicos sobre todo). La creación de la figura del Profesor Titular de Escuela Universitaria, sin la exigencia previa de un doctorado al que no se podía acceder desde la diplomatura, puebla las escuelas de enfermería de enfermeras en puestos docentes estables y permite introducir pensamientos y discursos, teorías y conceptos, modelos y metodologías propias de nuestra profesión que antes quedaban inevitablemente ausentes. La formación de las futuras enfermeras quedaba, con el auxilio de otras profesiones cuando así se requisiera por los contenidos, como es lógico, en manos de enfermeras.
  • Finalmente, ya en 1987, se aprobó la Ley que creaba unas especialidades enfermeras modernas. Es cierto que ya existían especialidades que se habían ido creando por sucesivas órdenes ministeriales, incluso que las matronas poseían ya una cierta legitimidad histórica, pero hasta entonces las especialidades enfermeras seguían un esquema imitativo médico, típico de ayudantes técnicos especializados del médico. Aquel decreto (con todos los errores que pudo tener, de acuerdo) abría la puerta a la generación de verdaderas enfermeras especialistas. Las expectativas, desde aquel momento, se frustraron, pero ese es un tema del que te hablaré más adelante.
Las élites enfermeras de la época (lo que tú, Juan, sueles llamar las “madres fundadoras”) tenían un inmenso prestigio: en primer lugar, político, ganado a pulso por su gran compromiso con la democracia; pero también intelectual, fruto de sus aportaciones a la construcción de un Sistema Nacional de Salud que echó a andar en 1986, con la Ley General de Sanidad; entonces, no como ahora, eran muchas las enfermeras que, como asesoras y también en puestos ejecutivos, formaban parte de ministerios y consejerías. Y, finalmente, también tenían un gran prestigio profesional, por su fuerte apuesta por una enfermería moderna en un país que recién salía de la boina sanitaria: lideraron de verdad a la enfermería para llegar a ser una voz fundamental, poderosa. Por ello, las enfermeras eran escuchadas y sus líderes, calurosamente recibidos en todos los foros. Otros tiempos, sin duda. Creativos, efervescentes, una verdadera edad de oro de la enfermería española... hasta que, de pronto, empezaron a fallar las cosas.

Ya volveré sobre estos apuntes históricos. Pero déjame que te cuente ahora cómo se había ido desarrollando mi prometedora carrera profesional.







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